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Empezamos
El sentimiento de culpa es un tema recurrente en las vivencias de la maternidad, especialmente vinculado a las decisiones sobre la alimentación del bebé. Para muchas mujeres, la lactancia materna se presenta como “lo mejor” para el niño, y cuando esta expectativa no se cumple (ya sea por elección o por dificultades), emergen emociones negativas como la culpa, la vergüenza o la sensación de haber fallado.
En la encuesta “Promoción de la lactancia materna y juicio percibido” (que realicé a madres primerizas recientes en España), 668 participantes describen experiencias de culpa asociadas a la lactancia. A continuación, realizamos un análisis cualitativo en profundidad de sus respuestas textuales, identificando las principales categorías relacionadas con la culpa: las causas que la originan, los momentos críticos en que aparece, los agentes externos que la refuerzan, las consecuencias emocionales que conlleva y las diferencias según distintos perfiles de lactancia.
Se incluye evidencia en forma de citas anonimizadas de las propias madres, así como una interpretación a la luz de la salud perinatal.
Causas principales del sentimiento de culpa
Del análisis de los testimonios emergen diversos factores desencadenantes de la culpa en relación con la lactancia:
- El ideal de “lo mejor para el bebé”: Muchas madres internalizan el mensaje de que “la leche materna es lo óptimo”.
Por tanto, si no pueden o no desean dar el pecho, surge automáticamente la sensación de estar privando al hijo de algo fundamental. Una participante lo expresaba así: “Al final parte de la culpabilidad viene porque sabes qué es lo mejor para el bebé aunque tu decisión sea otra por los motivos que sean”. Saber que la lactancia materna tiene beneficios objetivos genera un peso emocional cuando la realidad no coincide con esa recomendación. Este fenómeno está bien documentado; estudios recientes señalan que muchas mujeres experimentan culpa y vergüenza por no seguir las pautas ideales de lactancia, lo que incluso las lleva a no buscar ayuda por temor a ser juzgadas.
La promoción entusiasta de la lactancia, si no va acompañada de empatía, puede convertirse en un arma de doble filo que incremente la culpa en las madres que usan fórmula. - Maternidad y perfeccionismo: Varias respuestas revelan un trasfondo de autoexigencia: las madres desean “hacerlo lo mejor posible” y ser competentes en la alimentación de sus bebés. Cuando encuentran dificultades, se culpan a sí mismas por no lograr ese estándar de “buena madre”. Una madre comenta: “Hubiese estado bien… (tener) clases de preparación al parto (sobre lactancia)… Me parece igual de importante. Sentí mucha culpa por no saber dar el pecho.” Aquí la causa de la culpa es la falta de conocimiento o habilidad: la mujer se reprocha no haber sabido amamantar correctamente desde el inicio. Este sentimiento se ve agravado por la idea de que “dar el pecho es natural y debería salir instintivo”; si no ocurre así, algunas madres lo viven como un fracaso personal.
- Miedo al juicio externo (ser ‘mala madre’): Muchas participantes mencionan explícitamente el temor a ser mal vistas por los demás. En algunos casos, ese temor actuó como motivación para intentar la lactancia materna a toda costa, precisamente para evitar la etiqueta de “mala madre”. Una madre relató que los factores que más influyeron en su decisión inicial de dar el pecho fueron “en primer lugar, los beneficios para mi hija. Luego, la culpabilidad de no hacerlo y el ser juzgada como mala madre. Además, me daba miedo no vivir esa experiencia.” Es decir, la presión social hacia la lactancia (y la estigmatización implícita de la lactancia artificial) generó una culpa anticipada –la idea de que “si no doy el pecho, soy mala madre”– que impulsó su elección. La literatura también refleja esta carga moral: desde algunos discursos se ha moralizado y culpabilizado a quienes optan por la fórmula, vinculando implícitamente esa decisión a una falta de deseo de “lo mejor” para el bebé.
Esta presión puede derivar en que la madre se autoperciba como “mala madre” si no logra amamantar, minando su autoestima. - Mensajes sanitarios con sesgo de culpa: Varias madres señalaron que cierta información proveniente de profesionales de la salud contribuyó a su sentimiento de culpa. Por ejemplo, una encuestada refiere que “la matrona del centro de salud decía que la leche de fórmula implica mayores tasas de diabetes, de obesidad… Culpabilizar a una madre no es la mejor opción, en mi opinión”. En su caso, al tener dificultades con la lactancia materna, esos mensajes sobre los riesgos de la fórmula la hicieron sentir muy mal (“pensaba que no podría dar LM y… me sentí mal”), hasta que descubrió alternativas de apoyo (como el uso de relactador) con ayuda privada. Este testimonio evidencia cómo insistir unilateralmente en los perjuicios de la alimentación artificial puede ser contraproducente: la madre se siente juzgada y culpable, en vez de comprendida. Lo mismo sucede cuando se presentan las recomendaciones de forma rígida o inflexible. En palabras de otra participante, sería preferible recibir información “con asertividad (sin culpabilizar) y siendo consciente de que es la madre la que decide en función de sus circunstancias”. Es decir, las madres valoran que se confíe en ellas sin juicios y que no se las trate “como si tuvieran que saber hacerlo” todo de antemano.

En resumen, el sentimiento de culpa surge frecuentemente de la discrepancia entre un ideal (dar el pecho exclusiva y prolongadamente porque “es lo mejor”) y la realidad concreta de cada madre. Cuando ese ideal está muy arraigado –ya sea por convicción personal o por presión externa–, cualquier desviación (usar biberón, tener dificultades, destetar pronto, etc.) activa la culpa. Este caldo de cultivo inicial se ve amplificado por las miradas críticas externas y por mensajes poco empáticos, como veremos a continuación.
Momentos críticos donde aparece la culpa
El recorrido de la maternidad tiene ciertas etapas o situaciones especialmente proclives a detonar sentimientos de culpa en torno a la lactancia. A partir de los relatos de las encuestadas, se identifican los momentos críticos siguientes:
- El posparto inmediato (días en el hospital): Las primeras horas y días tras el nacimiento son un periodo de enorme vulnerabilidad física y emocional para la madre. En este contexto, los problemas iniciales con la lactancia pueden generar culpa de forma casi instantánea. Por ejemplo, varias madres mencionan la pérdida de peso del recién nacido en el hospital y la necesidad de suplementar con fórmula como un desencadenante de culpa y angustia. Una participante relata una experiencia muy difícil: su bebé perdió un 8% de peso y la pediatra la presionó para dar biberón bajo la amenaza de llevar al bebé a neonatos (“me dijo la pediatra que si no lo ingresaban y allí harían lo que quisieran”). Ella describe esa situación como un “chantaje” que le generó un intenso sentimiento de culpa, pues le hicieron sentir que estaba poniendo en peligro a su hijo. Finalmente accedió a dar una pequeña ayuda de fórmula “ante tal chantaje y sentimiento de culpa que me habían generado”, aunque luego comprobó que quizá no era necesario. Este testimonio ilustra cómo una atención sanitaria poco respetuosa en el posparto puede disparar la culpa materna: la madre se siente juzgada desde el minuto uno de vida del bebé. En contraste, una atención comprensiva y de acompañamiento podría prevenir esa culpa inicial. Lamentablemente, muchas refieren haber recibido trato frío o comentarios poco empáticos en las clínicas, que las dejaron con la sensación de estar fallando como madres desde el principio.
- Las dificultades de lactancia en las primeras semanas: Tras el alta, el primer mes es a menudo una montaña rusa de ajustes. Cuando surgen dificultades –pecho dolorido, engurgitaciones, grietas, bajada de leche tardía, problemas de agarre del bebé, etc.– la madre puede interpretar que es culpa suya. “Sentía que era culpa mía la pérdida de peso (del bebé) y la poca producción (de leche)”, confiesa una de las encuestadas al explicar por qué casi abandona la lactancia. Esta madre pasó por dolor, grietas, tomas interminables, suplementación con biberón y sacaleches, múltiples consejos contradictorios de diferentes profesionales… Todo ello minó su confianza hasta hacerla sentir insuficiente: si el bebé no ganaba peso, “la culpa de no ser suficiente” era suya, pensaba. Este tipo de situaciones combinan un momento crítico fisiológico (establecimiento de la lactancia) con factores externos(opiniones de entorno y profesionales) y con la autoexigencia interna de la madre. El resultado puede ser devastador para su ánimo: algunas hablan de “tremenda ansiedad”, “bajísimo estado de ánimo” o de haber caído en depresión al no poder dar el pecho como querían. De hecho, está documentado que enfrentar una lactancia frustrada (que dura menos de lo deseado) suele venir acompañado de sentimientos de decepción, culpa y vergüenza, mermando la autoestima y pudiendo afectar a la salud mental materna.
- La introducción de la alimentación mixta o de la leche de fórmula: Para muchas madres, tener que dar un biberón (ya sea ocasional o iniciar lactancia mixta) es un momento cargado de culpa. En los testimonios aparece repetidamente la idea de “sentí que fracasaba” cuando hubo que recurrir a la leche artificial. Una madre atribuye la transición a lactancia mixta al uso prolongado de pezoneras que afectaron la ganancia de peso del bebé; aunque finalmente lograron continuar con pecho, describe con pena: “Lástima que ya nos habíamos acostumbrado a la lactancia mixta.” Otra participante relata cómo decidió introducir biberones tras semanas de esfuerzo porque “los ‘no pasa nada porque le des biberón’ del entorno” la desanimaron, pero luego esa decisión le generó más culpa. Esta fase suele ocurrir a las pocas semanas o meses del parto, a veces coincidiendo con las “crisis de crecimiento” o picos de demanda del bebé. La madre percibe que su leche “no llena” o no es suficiente, y al dar fórmula siente una mezcla de alivio y culpa: alivio por ver al bebé satisfecho, pero culpa por pensar que “no fui capaz de alimentarlo yo sola”. Cabe destacar que la forma en que se maneja este momento influye mucho en la culpa resultante. Si la madre recibe mensajes de apoyo del estilo “lo importante es que el bebé esté bien alimentado, no pasa nada”, es más fácil que no se culpabilice. Pero si percibe reproches (explícitos o implícitos), la introducción del biberón puede vivirse casi como una derrota personal.
- La vuelta al trabajo y el destete precoz: Otro punto crítico identificado es el fin de la baja maternal y la reincorporación laboral. Muchas madres se ven obligadas a reducir o cesar la lactancia antes de lo que habrían deseado debido a las exigencias del trabajo (horarios incompatibles, falta de espacio para sacarse leche, fatiga, etc.). Esto genera frustración y también culpa. “A los 10 meses la dejé y la culpa se la echo a mi incorporación en el trabajo”, admite una madre, responsabilizando a la situación laboral de haber tenido que destetar. Es una forma de expresar su malestar: siente que “falló” en su plan de lactar más tiempo, aunque racionalmente sabe que fue por motivos ajenos a ella. Este choque entre los tiempos biológicos y los tiempos socio-laborales es muy común y deja a la mujer en medio, con sentimientos encontrados. Algunas logran continuar extracción y lactancia diferida, pero quienes no pueden sostener ese ritmo suelen experimentar un duelo por la lactancia terminada y cierta culpa por anteponer (en su percepción) el trabajo. Varias encuestadas mencionan que “alargar la baja maternal” o dar más facilidades para compaginar lactancia y empleo habría marcado la diferencia para ellas. Desde salud pública se reconoce esta necesidad: prolongar y apoyar la lactancia materna exclusiva hasta 6 meses requeriría medidas de conciliación más sólidas, lo cual ayudaría a que menos mujeres se sintieran obligadas a abandonar antes de tiempo (y por ende, menos culpa).
- La lactancia prolongada y el entorno crítico: Paradójicamente, incluso mantener la lactancia más allá de lo habitual puede acarrear culpas, pero de otro tipo. Algunas madres que continúan amamantando a sus hijos de 2 o 3 años reportan sentirse cuestionadas por familiares o pediatras por “dar el pecho demasiado tiempo”. Una madre de la encuesta, con un hijo de casi 3 años, lactante, contó: “Todavía sigo con lactancia materna… La presión la siento porque mi hija no come mucho sólido y me dicen que es mi culpa por darle el pecho todavía.” En este caso, la culpa es inducida externamente: le atribuyen al pecho prolongado cualquier problema (falta de apetito del niño, etc.), haciéndola sentir que está obrando mal por “seguir con la teta”. Esta madre se encuentra en la encrucijada entre lo que ella y su hija desean (mantener la lactancia) y las voces externas que le insinúan que esa decisión es perjudicial. El resultado es, nuevamente, culpa y duda. Este ejemplo evidencia que la sociedad tiende a opinar sobre la madre hagas lo que hagas: si no das pecho, porque no lo das; si das mucho tiempo, porque lo das “demasiado”. Como señaló una participante con algo de ironía, “es difícil, en una sociedad en la que somos juzgadas por todo… siempre habrá alguien que se sienta mal o se sienta juzgada aunque no lo hagas con esa intención.” En definitiva, el período de lactancia no tiene una “salida fácil” respecto a la mirada externa: tanto por defecto como por exceso, la madre puede acabar sintiéndose culpable.
- El fin de la lactancia (destete) y los sentimientos posteriores: El momento en que la lactancia termina, ya sea antes o después de lo planeado, suele venir acompañado de emociones intensas. Varias madres describen un proceso de duelo al destetar, incluso cuando fueron ellas quienes decidieron parar. Una madre que dejó de amamantar a su hijo de 2 años y 4 meses debido a una agitación por amamantamiento (sensación de rechazo e irritabilidad al dar el pecho) cuenta: “Me costó meses decidirme y, finalmente, y con sentimientos encontrados, tuve que dejar de darle (el pecho) de manera radical. Sigo sintiéndome culpable y con mucha pena dos meses después de ello. Pero ahora tanto él como yo tenemos una relación mucho más sana y bonita, porque sabe que mamá no es solo teta.” Este poderoso testimonio refleja la ambivalencia del destete: por un lado, la madre reconoce que fue positivo para ambos (mejoró su bienestar mental y la interacción con su hijo); por otro lado, la invade la culpa y la tristeza, echando de menos esa faceta de la relación o sintiendo que “le falló” al cortarla. Casos como este muestran que la culpa puede persistir incluso cuando la decisión fue razonable y beneficiosa. Es un recordatorio de la profunda conexión emocional que representa la lactancia para muchas mujeres, y cómo dejarla puede abrir un periodo de vulnerabilidad donde afloran preguntas (¿lo habré hecho bien?, ¿lo quité cuando aún lo necesitaba?) y autorreproches. Un apoyo psicológico en este trance (por ejemplo, grupos de madres o profesionales de salud mental perinatal) ayudaría a muchas a elaborar ese duelo sin culparse.

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En síntesis, los sentimientos de culpa tienden a agravarse en momentos de cambio o crisis del proceso de alimentación del bebé: al inicio si algo no va “perfecto”, al introducir fórmula, al enfrentar separaciones (vuelta al trabajo) o críticas externas, y al finalizar la lactancia. Identificar estos momentos críticos es importante para prevenir daño emocional: si la madre está advertida y acompañada, es más probable que atraviese esas etapas sin atribuirse culpas injustificadas.
Agentes externos que alimentan la culpa
Otro eje fundamental que emerge del análisis es el rol de los agentes externos –personas o entornos– que pueden intensificar (o mitigar) el sentimiento de culpa de la madre. En las respuestas de la encuesta abundan referencias a quiénes las hicieron sentir juzgadas o culpables. Los principales actores señalados son:
- Profesionales de la salud: Aunque muchas madres agradecen el apoyo de sanitarios (matronas, asesoras, pediatras) que las ayudaron, también hay vivencias negativas con algunos profesionales. Ya describimos el caso de la pediatra en el hospital cuyo estilo coercitivo generó culpa en una madre primeriza. Otras hablan de enfermeras de planta con poca paciencia, de matronas que daban información desactualizada o con juicios de valor, e incluso de pediatras que “presionan para pasar a fórmula antes de lo deseado”. Un ejemplo concreto: “En el hospital en el que parí me sentí bastante juzgada”, cuenta una madre; “una enfermera… dijo: ‘¿qué, a esta niña le dan el pecho o le dan la espalda?’” (un comentario sarcástico que la dejó fatal). Otra participante comenta que la trataron bien en general, pero “cuando escuchan que no quieres dar pecho, el trato es correcto pero frío”. Estas actitudes transmiten desaprobación sutil (o no tan sutil) y desembocan en que la madre se sienta culpable por no cumplir las expectativas médicas. Por el contrario, cuando los profesionales ofrecen un apoyo centrado en la madre y sin juicios, la experiencia cambia radicalmente: la madre se siente respaldada en lugar de señalada. Es notable que algunas mujeres nombran con gratitud a profesionales “respetuosas, rigurosas y sin presiones” que les brindaron información objetiva y calma, permitiéndoles decidir sin sentirse malas madres. En suma, el sistema sanitario puede ser un factor de culpa o de alivio, dependiendo de la sensibilidad con que maneje las elecciones maternas. Un enfoque perinatal adecuado debería reducir la culpa, no aumentarla, algo que investigaciones recientes también enfatizan.
- La familia (pareja y abuelos del bebé): El círculo familiar cercano suele tener una fuerte influencia emocional. Muchas madres mencionan a sus propias madres, suegras o parejas como fuentes de presión o comentarios críticos. Un testimonio contundente: “Mis suegros me culpabilizaron por ‘hacer pasar hambre’ a mi hijo.” En esta situación, el bebé no estaba ganando peso con la lactancia y los abuelos paternos achacaron el problema a la madre, generándole una enorme culpa (ella después supo que el bebé tenía un frenillo que dificultaba la succión). Casos así reflejan falta de comprensión y empatía en el entorno familiar: en vez de apoyar, culpan a la madre de cualquier dificultad del bebé, lo cual es devastador para su confianza. Otras mujeres cuentan que sus propias madres les insistían con consejos no solicitados (“dale biberón que tú tampoco tomaste pecho”, o al revés “no le des ese biberón que es veneno blanco”), poniéndolas en conflicto. La pareja también juega un papel: algunas se sintieron poco comprendidas por el padre del bebé, ya fuera por presionarlas a dar el pecho cuando ellas no podían más, o por lo contrario, insinuarles que abandonaran si las veían sufrir (lo cual paradójicamente les generaba culpa por “rendirse”).
El tono de estos intercambios familiares es clave: una cosa es comentar y otra juzgar. Cuando las mujeres perciben juicio o reproche de sus seres queridos, la herida emocional es muy profunda, porque son las personas de quienes más apoyo esperan. Por suerte, también hay ejemplos positivos: varias madres agradecen a sus parejas el apoyo incondicional y el recordarles que “lo estás haciendo bien, no te sientas culpable”, lo cual las fortaleció mucho. Esto sugiere que educar e involucrar a las familias en un acompañamiento respetuoso puede marcar la diferencia para que la madre no se sienta sola ni culpable. - Amistades y otras madres: El entorno social amplio (amigos, conocidos, otras mamás) aparece igualmente en las respuestas. Un número significativo de mujeres sintió miradas o comentarios en público. Por ejemplo, una madre que optó por lactancia artificial compartió: “En mi caso mi mayor decepción fue conmigo misma. Me sentía culpable sacando un biberón de la mochila y pensaba que todos a mi alrededor me juzgaban.” Esta frase retrata muy bien la escena de la culpa proyectada: la madre dando un biberón en público siente las miradas ajenas como dagas, aunque nadie quizá esté diciendo nada. Es la presión social internalizada, que hace que ella misma se “mamá-shamee” (autoavergüence), como han descrito algunos expertos. Otro ámbito son los grupos de crianza o las redes sociales de maternidad, donde a veces se crean bandos (“pro pecho” vs “pro biberón”) poco empáticos. Varias encuestadas marcaron que se sintieron juzgadas “por desconocidos/as” o “por otras madres”. Un comentario desafortunado en el parque o en Instagram puede resonar mucho: “una madre en el grupo dijo que dar fórmula es de vagas, y se me quedó grabado…”. Este tipo de micro-juicios comunitarios refuerza la culpa y la inseguridad. Por el contrario, cuando las madres encuentran otras mujeres con experiencias diversas y libres de tabúes, tienden a liberarse de la culpa al normalizarse todas las opciones. Como dijo una participante, ayudaría “visibilizar diferentes experiencias (de alimentación)”, recordar que no todas las circunstancias son iguales y que cada familia hace lo mejor que puede.
- El discurso social y los medios: A un nivel más global, muchas madres sienten que la sociedad en general lanza mensajes contradictorios pero igualmente culpabilizadores. Por un lado, campañas de lactancia que –aunque con buena intención– pueden leerse como “si no das el pecho, no das lo mejor”. Por otro lado, cierta crítica retrógrada cuando una madre amamanta mucho tiempo o en público (“¡qué exhibicionismo!”, “¡qué dependiente tiene al niño!”). En palabras de una encuestada, “no creo que sea posible (promover la lactancia sin que nadie se sienta mal)… en cuanto se dice que la lactancia materna es mejor, la artificial queda como peor. Cualquier madre se va a sentir culpable.” Esta afirmación es extrema pero refleja una sensación real en muchas mujeres: la de caminar sobre un fino alambre, siempre expuestas a la opinión social.
Otra madre resumió resignada: “Siempre nos vamos a sentir culpables hagamos lo que hagamos.” Esta frase puede interpretarse como hipérbole, pero apunta a la noción de la “culpa materna” casi inherente al rol de la madre en nuestra cultura – un peso invisible del que cuesta escapar. Los profesionales en salud perinatal y comunicadores deberiamos tener esto en cuenta para evitar mensajes polarizantes o absolutistas.

En conclusión, los agentes externos –personal sanitario, familia, amistades, e incluso la sociedad en general– tienen un gran poder para modular el sentimiento de culpa. Pueden avivarlo con críticas y falta de empatía, o pueden mitigarlo con apoyo, información neutral y respeto a las decisiones de cada madre. Las madres que participaron en la encuesta dejaron claro que valoran enormemente lo segundo: “Respetando su decisión… el bienestar físico y mental de la madre también (importa)”, escribe una, reconociendo que los profesionales deben considerar ese equilibrio.
Esta visión va en línea con recomendaciones actuales de salud mental perinatal: ofrecer un apoyo centrado en la madre, sin juicios, reduce la culpa y promueve el bienestar general.
Consecuencias emocionales de la culpa
El sentimiento de culpa en torno a la lactancia no es inocuo ni pasajero: puede acarrear consecuencias emocionales serias para la madre (e indirectamente, para el bebé y la familia). A partir de los relatos y de la evidencia, observamos varios efectos negativos asociados a esa culpa prolongada:

- Autoimagen de “mala madre” y baja autoestima: La culpa erosiona la confianza de la mujer en su propia valía como madre. Como ya se comentó, muchas llegan a pensar que han fallado en su rol más importante. Palabras como “fracasé”, “no fui suficiente” o “soy mala madre” aparecen en sus narrativas. Este autoconcepto negativo puede perdurar más allá del periodo de lactancia y teñir la vivencia global de la maternidad. Investigaciones señalan que las emociones de culpa y vergüenza se asocian a una menor autoestima y autoeficacia materna. En nuestra encuesta, una madre confesó que aún años después, al recordar las dificultades iniciales de la lactancia, “sigo sintiendo dolor y culpa cuando recuerdo las primeras semanas e incluso meses”. Es decir, no solo sufrió en aquel momento, sino que la huella de sentirse “mala madre” quedó grabada en su memoria. Esta rumiación retrospectiva es un síntoma claro de que la culpa no resuelta puede enquistarse y seguir dañando la salud mental materna a largo plazo.
- Tristeza, angustia y depresión posparto: Numerosas participantes describieron estados de ánimo muy bajos ligados a sus problemas de lactancia y la culpa derivada. “A nivel psicológico estaba muy mal, mucha culpa y físicamente muy dolorida”, comenta una madre que tuvo mastitis e ingurgitación severa y terminó abandonando la lactancia exclusiva. Otra menciona: “me generó un bajo estado de ánimo…”. Estas expresiones apuntan a signos de depresión posparto o al menos de una tristeza profunda. De hecho, la literatura ha encontrado que las tasas de depresión y ansiedad materna son mayores cuando la lactancia no transcurre como deseado, especialmente si la mujer siente que no ha cumplido su objetivo.La combinación de dificultades médicas + presión social + culpa interna puede actuar como detonante de depresión en el posparto, una etapa ya de por sí vulnerable. Es importante destacar que es una relación bidireccional: la depresión también puede dificultar la lactancia, generando un ciclo de culpa (no tengo ánimo para dar el pecho, me siento culpable, me deprimo más).
Una participante reflexionaba: “Creo que eso, en un momento tan vulnerable como el postparto, también debe ser valorado para el bienestar del recién nacido… El bienestar físico y mental de la madre también (importa).” Esta frase resume la clave: una madre consumida por la culpa difícilmente podrá disfrutar y vincularse plenamente, lo cual impacta a todo el binomio madre-bebé. - Ansiedad y estrés crónico: La culpa suele venir acompañada de su compañera inseparable, la ansiedad. Madres que están constantemente preocupadas por si hicieron bien o mal, por si el bebé estará sufriendo consecuencias, etc., viven en un estado de hipervigilancia y estrés. Frases como “no disfrutaba en ningún momento, solo sentía agobio” (dicha por una mamá que tenía rechazo al pecho) o “me obsesioné con que mi bebé no pasara hambre, fue muy angustiante” revelan niveles altos de ansiedad. Este estrés mantenido puede derivar en insomnio, dificultades de concentración, irritabilidad y otros síntomas que deterioran la calidad de vida de la madre en el puerperio. Algunas madres, abrumadas por la ansiedad de “hacerlo todo perfecto”, terminan aislándose socialmente o evitando acudir a profesionales por temor a juicios– lo cual las priva del mismo apoyo que podría aliviar su culpa. En la encuesta hubo quien dijo que por miedo a críticas no acudió a grupos de lactancia, o quien aguantó en soledad su sufrimiento por vergüenza de admitir que estaba dando biberón.
Estas situaciones de autoaislamiento empeoran el pronóstico emocional, ya que la madre se queda sin redes que normalicen y contengan sus sentimientos. - Dificultad para disfrutar de la maternidad: Quizás la consecuencia más palpable y triste es que la culpa roba disfrute y placer a experiencias que deberían ser gratificantes. Varias madres expresan que, con la mente nublada por la culpa, no pudieron disfrutar plenamente de su bebé en sus primeros meses. Un consejo que recordó una participante fue precisamente “piensa en lo que te ayuda más a disfrutar de la maternidad sin sentirte culpable” – evidenciando que a veces es necesario elegir el camino (pecho, biberón o combinación) que permita a la madre estar bien y feliz, porque de poco sirve una lactancia “perfecta” con una madre destrozada anímicamente. En este sentido, algunas mujeres que lograron liberarse de la culpa manifiestan una gran mejoría: la madre, ya anteriormente citada, que destetó a los 2 años contaba que, tras el duro proceso, “ahora… tenemos una relación mucho más sana y bonita, porque (el niño) sabe que mamá no es solo teta”. Es decir, al quitar la culpa y el malestar, pudo vincularse desde otro lugar más placentero con su hijo. Este testimonio esperanzador muestra que superar la culpa abre espacio para disfrutar más de la crianza y descubrir que la maternidad es mucho más que una elección puntual de alimentación.

En suma, la culpa persistente afecta negativamente la salud mental materna, pudiendo manifestarse como depresión, ansiedad, baja autoestima y disminución del disfrute y la conexión con el bebé. Las madres llegan a sentirse muy aisladas y abatidas bajo ese peso invisible. Esto tiene implicaciones importantes: los profesionales deben estar atentos a estos signos en las consultas posparto. Así como se pregunta por la alimentación del bebé, debería preguntarse “¿cómo te sientes tú con esa decisión?, ¿hay algo que te preocupe o te haga sentir mal?”.
Validar las emociones de la madre y asegurarle que no es “mala” ni culpable por las decisiones tomadas es esencial para prevenir problemas mayores.
Diferentes perfiles de lactancia y experiencias de culpa
No todas las madres viven la culpa de la misma manera; las emociones varían en función de la historia de lactancia de cada una. Del análisis surgen distintos perfiles cuyas vivencias podemos contrastar:
1. Madres que no dieron el pecho (lactancia artificial exclusiva):
Este grupo incluye a mujeres que, bien por elección personal o por circunstancias médicas, alimentaron a sus bebés exclusivamente con leche de fórmula desde el inicio o tras muy poco tiempo de lactancia materna. Sus testimonios muestran a menudo una dualidad: por un lado, muchas sintieron la necesidad de justificarse constantemente y cargaron con culpa; por otro, algunas estaban muy seguras de su decisión y lograron no sentirse culpables pese a las posibles críticas.

Por ejemplo, varias participantes cuentan que durante el embarazo ni se plantearon dar pecho o tenían claro que no lo harían. Una madre admite: “Sentía rechazo hacia ponérmela al pecho… antes de nacer pensaba que cuando la viese querría, pero no fue así, sentía agobio y no disfrutaba en ningún momento.” Esta madre optó por biberón muy pronto debido a esa aversión personal a la lactancia. ¿Qué ocurrió con su culpa? Es posible que sintiera alivio al seguir su instinto, pero a la vez tuvo que enfrentar la incomprensión externa. De hecho, en respuestas a otra pregunta, afirmó que le habría gustado más apoyo “desde la comprensión… sin culpar (ni) atemorizar” por su decisión. Esto sugiere que sí percibió juicio y tuvo que procesar cierta culpa o al menos sentirse “bicho raro” por no amamantar. Otras madres en lactancia artificial describen escenas de tensión social: ser interpeladas con “¿por qué no das el pecho?” o tener que oír comparaciones constantes. Una participante resumió: “todas las que eligieron no dar pecho que conozco se sienten culpables.” Aunque es una generalización, refleja una tendencia real: la mayoría de madres no lactantes han experimentado en algún momento culpa o dudas, precisamente porque la norma social mayoritaria hoy es amamantar. Muchas terminan sobre-explicando sus razones (“no pude porque me operaron”, “no quise porque mi salud mental estaba en juego”, etc.) para buscar la aceptación de los demás y acallar esa culpa interna.
Sin embargo, también encontramos voces firmes y libres de culpa en este perfil. Por ejemplo, una madre contó su experiencia de lactancia artificial sin complejos: “Yo lo tenía muy claro, y no soy una persona que se sienta culpable de sus elecciones. Para mí la salud de ambas era lo primero, y si alimentaba con leche materna, genial; y si no, biberón, que ‘mi hermano y yo nos criamos con biberón y aquí estamos’.” Esta frase –citando la típica comparación familiar– muestra que ella no internalizó la idea de ser mala madre por dar fórmula. Tenía su prioridad (que tanto ella como el bebé estuvieran bien), y no dejó espacio a la culpa. Lógicamente, esta actitud segura es más fácil de mantener cuando el entorno apoya: en su caso, parece que su familia no demonizaba la fórmula (dado que ella misma fue criada con biberón sin problema). Este contraste nos enseña que, si la madre cuenta con referentes positivos de lactancia artificial y confianza en sí misma, puede esquivar la culpa. Lamentablemente, no todas lo logran, y muchas viven su opción con una cuota de tristeza o frustración porque hubieran preferido amamantar en otras circunstancias.
Para apoyar a este perfil, es fundamental normalizar que dar el biberón no hace a nadie peor madre, algo que varias encuestadas reivindican abiertamente. Como dijo una: “yo no me sentí culpable; tenía clarísimo que si mi bebé estaba sano alimentado con biberón, entonces yo era igual de buena madre”.
2. Madres de lactancia mixta (pecho + biberón):
En este grupo están las mujeres que combinaron la lactancia materna con suplementos de fórmula. Sus experiencias de culpa son bastante particulares, porque muchas veces sienten la presión por ambos lados. Es decir, pueden cargar con la culpa de “no dar solo pecho” y a la vez con la culpa de “dar todavía pecho” (si alguien opina que sería mejor biberón completo, por ejemplo). La lactancia mixta suele venir tras un intento de exclusiva que no se pudo mantener al 100%, y esto implica a menudo que la madre pasó por un periodo de lucha intensa antes de llegar a ese equilibrio.

Varios testimonios de lactancia mixta muestran sentimientos iniciales de fracaso, pero también alivio por haber encontrado una solución para alimentar bien al bebé. Un ejemplo positivo: “En el momento de empezar la mixta no sentí culpa. Sabía que hacía lo mejor para mi bebé y puse el foco en poder hacer una mixta real y no perder el pecho. Y estoy muy orgullosa de haberlo conseguido.” Esta madre logró integrar ambos métodos sin culparse, centrándose en los beneficios (el bebé satisfecho, seguir con algo de lactancia materna). Su orgullo indica que vivió la lactancia mixta como un éxito y no como un fracaso, lo cual es un enfoque resiliente. ¿Qué factores pueden propiciar esto? Posiblemente, una buena información (supo cómo mantener el pecho en la mixta), apoyo de profesionales o asesoras, y personalidades menos dadas al perfeccionismo. Otra madre mixta relata algo similar: “Quería dar LME pero sabiendo que iba a tener límites; si algo iba mal, no me iba a culpar por ello… y afortunadamente pasamos todas las crisis y seguimos con LM 19 meses.” Ella tenía un plan B desde el inicio (“si no puedo exclusiva, no me hundiré”), y ese estado mental la protegió de la culpa en caso de tener que combinar. Es una actitud preventiva digna de mencionar: la flexibilidad mental y la autocompasión (permitirse fallar sin culpa) pueden hacer la diferencia en cómo se vive la lactancia mixta.
En contrapartida, otras madres de este perfil sí expresan culpa o espina clavada. Una comenta que cree que tuvo que pasar a mixta “por culpa de las pezoneras” y que eso le dio mucha pena, aunque luego siguió parcialmente con pecho. Otra describe su tormento con la mixta así: “el dolor, las tomas interminables + suplementación + sacaleches… estaba ‘multiacompañada’ pero nadie iba al origen del problema… los ‘no pasa nada porque le des biberón’ del entorno (me minaban)… al final el bebé estaba irritable y yo destrozada”. Para ella, la mixta fue una fuente de estrés y acabó abandonando, con la consiguiente culpa de “no haber logrado la exclusiva”. Aquí vemos cómo la lactancia mixta puede vivirse como un terreno ambiguo e inestable: algunas madres la abrazan como lo mejor de ambos mundos, otras la ven como un recordatorio constante de que “no pude con la exclusiva”. Muchas confiesan sentirse en tierra de nadie, con críticas desde ambos extremos (las pro-LM que les dicen “deberías quitar el biberón”, y las pro-LA que les dicen “¿por qué sigues con ese pechito?”). Esta situación puede ser emocionalmente desgastante.
Por tanto, en madres de lactancia mixta la culpa suele girar en torno a la idea de insuficiencia (“mi leche no alcanzó, tuve que complementar”) y a la presión de “definirse” (ni están 100% en un bando ni en otro). Un apoyo adecuado consistiría en recalcar lo positivo: que darle ambos es igualmente válido, que están haciendo un esfuerzo doble admirable, y que mientras el bebé esté bien, no importa la proporción pecho/biberón. Mensajes así fueron mencionados en la encuesta: “teta o biberón, todos se crían igual” –les dijo una matrona a una madre mixta, y ella afirmó que ese comentario le quitó mucha culpa y presión. Al final, lo que estas madres necesitan es validación de que su lactancia mixta no es un “fracaso de la exclusiva”, sino una forma de alimentación igualmente legítima. Cuando lo interiorizan, la culpa tiende a disolverse.
3. Madres de lactancia materna exclusiva (y prolongada) bajo presión:
Podría pensarse que quienes lograron dar el pecho sin introducir fórmula estarían libres de culpa, pero los relatos muestran que no siempre es así. Incluso dentro de las madres que dieron lactancia materna exclusiva (LME), existen fuentes de culpa particulares.
Un primer subgrupo aquí son las madres que sufrieron mucho para mantener la LME, a costa de su bienestar, y en algún momento se sintieron culpables por flaquear o querer rendirse. Muchas describen enormes sacrificios (sacarse leche de madrugada, lidiar con dolor, alimentaciones constantes) y, aun así, no disfrutaban. Al borde del agotamiento, algunas contemplaron dar un biberón de apoyo para descansar, pero inmediatamente surgía la culpa y el temor. Una participante contó: “Yo nunca fui capaz de dar un biberón de lactancia artificial por culpabilidad y temor. En ocasiones siento que para descansar y descargar carga me hubiera venido bien y no me lo permití.” Este testimonio es muy revelador: la culpa la ató a la exclusividad incluso cuando su cuerpo y mente pedían una pausa. Es decir, aquí la culpa actúa como una cárcel autoimpuesta por el ideal de exclusividad. Vemos que estas madres exclusivas bajo presión tienen el problema inverso: culpa ante la mera idea de introducir un biberón. Han interiorizado tanto el mandato de la LME que se sienten mal incluso por desear una noche de alivio. Esto puede llevar a situaciones de extremo desgaste físico y mental. Irónicamente, algunas desarrollan resentimiento o ansiedad alrededor de la lactancia (aparece la mencionada agitación del amamantamiento en algunos casos), lo cual a la larga también genera culpa – por tener sentimientos negativos hacia algo que “debería ser hermoso”. Es un círculo vicioso muy complejo. Afortunadamente, cuando estas madres reciben permiso para priorizar su propia salud, pueden aliviar esa carga. Por ejemplo, al explicar cómo promover sin culpa, una encuestada escribía que habría que “explicar que… si la madre no tiene deseos de alimentar de esta forma a su bebé, hacerlo podría conllevar su malestar y eso tampoco es beneficioso para el bebé”. En otras palabras: validar que forzar una LME sufrida no es lo mejor para nadie. Este tipo de mensajes busca contrarrestar la culpa de las madres que sienten que “tienen que” seguir aunque estén al límite.
Un segundo subgrupo son las madres que prolongaron la lactancia materna durante años. Estas mujeres suelen estar convencidas de los beneficios y por eso continúan, pero se enfrentan (como vimos) a críticas sociales que pueden inducir culpa o duda. Algunas responden sin titubear –por ejemplo, una madre afirmó: “Nunca me sentí culpable. Creo que se está promocionando bastante la lactancia materna, tal vez falta más apoyo en los primeros días…”– indicando que ella no compró ese discurso de culpa por amamantar mucho. Pero otras sí se ven afectadas. Especialmente cuando la lactancia prolongada se convierte en chivo expiatorio de cualquier problema (ej: “tu hijo no duerme porque sigue con teta”, “está muy apegado por tu culpa”). Esto puede minar la confianza de la madre en su decisión. En la encuesta, algunas que seguían con pecho confiesan pequeñas dudas sembradas por tanto comentario: “Creo que siempre va a estar ahí ese sentimiento de culpabilidad”, dice una, aunque no cree que haya que dejar de promover la LM. Otra señala con pena que la culpabilidad “acompaña siempre a este proceso (de lactancia)”, reconociendo que incluso cumpliendo con la lactancia materna, la madre hallará motivos de preocupación o culpa (¿estaré haciendo bien?, ¿será suficiente?, etc.).

Por último, incluso dentro de las exclusivas, hay quienes decidieron un destete “temprano” voluntariamente (por ejemplo, a los 6-12 meses, que hoy en día algunos consideran poco si se compara con la recomendación de 2 años). Estas madres a veces sufren culpa por “no haber dado más tiempo de pecho”. Un testimonio antes citado: una madre destetó alrededor del año porque ya no quería continuar, y aunque fue su decisión, “sí que me siento culpable porque el niño quería seguir y lo pasó un poco mal. Y sé que le gustaría seguir por cómo me mira el pecho.” Aquí la culpa viene de ver el deseo del bebé y sentir que ella lo cortó “egoístamente”. Este tipo de sentimiento es muy frecuente: la madre antepone su bienestar o alguna circunstancia, pero luego la imagen del niño buscando pecho le rompe el corazón. Son emociones muy válidas y comprensibles. Trabajar en que la madre elabore esa decisión sin autocastigarse (entendiendo que dio de mamar todo lo que pudo/quiso y que eso también está bien) es crucial para que no cargue con un remordimiento duradero.
Incluso las madres de lactancia materna exclusiva/prolongada no están inmunes a la culpa: puede manifestarse por pensar en introducir fórmula, por no disfrutar plenamente, por sentir deseos de acabar, o por finalmente terminar la lactancia “antes de lo esperado” del bebé.
En resumen, incluso las madres de lactancia materna exclusiva/prolongada no están inmunes a la culpa: puede manifestarse por pensar en introducir fórmula, por no disfrutar plenamente, por sentir deseos de acabar, o por finalmente terminar la lactancia “antes de lo esperado” del bebé.
Este hallazgo derriba el mito de que solo sufren culpa las que no dan pecho; al contrario, parece que la culpa ronda a casi todas las madres lactantes en mayor o menor medida, independientemente del método de alimentación. Cada perfil tiene su talón de Aquiles emocional. Por eso, una participante señalaba sabiamente que hay que “revisarnos internamente qué es lo que realmente nos incomoda” de cada decisión, porque a veces la culpa “no es culpa de quien promueve la LM, sino frustración por malas experiencias” pasadas, etc.
En definitiva, la experiencia de culpa es altamente subjetiva y moldeada por la historia individual de cada madre. Reconocer esta diversidad es importante: no existe una única forma de ser madre ni de alimentar, y por tanto no debería haber un único molde de “buena madre” contra el que compararse. Cuando las madres logran entender esto –que cada familia y circunstancia es distinta– muchas expresan liberación de la culpa y mayor paz con sus decisiones. Como dijo una de las participantes: “tienes que estar muy conforme y segura de tu decisión y nada puede hacerte sentir culpable por una decisión que tú has tomado. La maternidad te enseña que cada familia funciona distinto.” Esta seguridad es el mejor antídoto contra la culpa, y se construye con información veraz, apoyo y empatía, nunca con juicios ni dogmas.
Reflexión final desde la salud perinatal
El sentimiento de culpa materna vinculado a la lactancia es un fenómeno complejo, arraigado tanto en factores personales (expectativas, creencias, experiencias) como en factores sociales (presiones culturales, mensajes de salud pública, redes de apoyo). Los hallazgos cualitativos de esta encuesta confirman lo que la literatura ya venía apuntando: muchas madres se sienten culpables, ya sea por no amamantar, por no disfrutar de amamantar, o por cualquier elección que hagan, y este estado emocional puede afectar negativamente su bienestar mental.
Vimos cómo la culpa puede contribuir a depresión posparto, ansiedad, problemas de autoestima y dificultades en el vínculo madre-hijo. También constatamos que ninguna opción se libra totalmente del escrutinio social: las madres con lactancia artificial lidian con el estigma de la “mala madre”, las de lactancia materna prolongada con el de la “madre exagerada” – y en medio, las de lactancia mixta pueden sentirse juzgadas por ambos lados.
Ante esta realidad, desde el punto de vista de la salud perinatal surgen varias reflexiones y recomendaciones:
- Promoción de la lactancia materna SÍ, pero sin culpabilizar: Es perfectamente compatible seguir fomentando la lactancia materna por sus beneficios comprobados, y a la vez cuidar el lenguaje y las formas para no herir a quienes no la lleven a cabo. Como plantean algunas corrientes feministas, hay que evitar un enfoque moralista que dicte que “la buena madre da el pecho” de modo absoluto. En su lugar, los mensajes deberían ser informativos y de apoyo: ofrecer datos y ayuda para amamantar a quien quiera, pero dejando claro que alimentar con fórmula es una opción válida y respetable cuando es necesaria o preferida. La idea es promover la lactancia sin hacer sentir culpables a las mujeres que eligen no dar pecho o tienen dificultades – justamente el objetivo que enuncia nuestra encuesta. Esto implica entrenar a los profesionales de salud para brindar un acompañamiento centrado en la díada madre-bebé, no solo en el bebé. Los estudios concluyen que el apoyo sensible y libre de juicios por parte de matronas, enfermeras y pediatras reduce la culpa materna y mejora el bienestar.
Cada consejo debe darse con empatía, ofreciendo alternativas (banco de leche, relactación, etc. si la madre desea, o fórmula sin demonizarla si la necesita) y nunca haciendo sentir a la madre que “ha fallado”. En palabras de una participante, se trata de “ofrecer recursos sin juicios (no prescribir) y recordar que la maternidad no se mide por la teta”. Es decir, el valor de una madre no depende del método de alimentación, y esta premisa debe estar presente en toda intervención sanitaria. - Apoyar a todas las madres, den el pecho o no: Un hallazgo importante es que incluso las madres que amamantan con éxito pueden sentirse presionadas o solas en ciertos aspectos (por ejemplo, conciliación trabajo-lactancia, o destete respetuoso). Por tanto, el apoyo perinatal no debe centrarse únicamente en lograr X meses de lactancia, sino en acompañar a la madre en sus decisiones cambiantes a lo largo del tiempo. Aquella madre que decide destetar a los 3 meses merece tanto acompañamiento emocional como la que lucha por seguir hasta los 3 años. Y viceversa, la que desea prolongar merece apoyo aunque salga de la norma. Esto implica ampliar el foco de los grupos de lactancia y consultas de enfermería para que también acojan –sin juicio– a madres que dan biberón o mixto. Una madre de la encuesta dijo que le habría ayudado “visibilizar diferentes experiencias” de alimentación en los cursos de preparación al parto, en vez de centrar todo en lactancia materna ideal. Propuestas como incluir módulos sobre lactancia artificial segura, manejo de sentimientos de culpa, y plan de alimentación individualizado podrían ser muy beneficiosas. En suma, todas las madres deben sentirse incluidas y apoyadas, no solo las que logran el estándar ideal. Ninguna debería quedar aislada “por vergüenza” en su decisión.
- Grupos de apoyo entre iguales y relatos honestos: Muchas madres hallaron consuelo al conocer otras historias similares. Los grupos de apoyo madre a madre (ya sean presenciales u online) donde se comparten dificultades sin tapujos pueden aliviar enormemente la culpa, al normalizar las emociones. Cuando una madre ve que no es la única que sufrió o que escogió cierto camino, comprende que no está haciendo nada malo. Por eso, iniciativas que fomenten la comunidad entre madres son valiosas. De igual forma, visibilizar en medios y redes sociales testimonios reales de lactancias frustradas, mixtas, etc., ayuda a romper el silencio y eliminar ese aura de perfección que a veces generan culpa al compararse. Como apuntan los expertos, evidenciar que “la alimentación del bebé es un tema de debate social que muchas madres viven con presión, culpa o vergüenza”, ya es un primer paso para cambiar la narrativa. Se trata de humanizar el discurso: entender que detrás de cada biberón o de cada pecho hay una historia, y que todas merecen respeto.
- Atención a la salud mental materna como parte del plan de alimentación: Dado el fuerte vínculo demostrado entre dificultades de lactancia, culpa y problemas psicológicos, sería recomendable que en los protocolos de seguimiento posnatal se incluyeran evaluaciones del estado emocional de la madre. Así como se pesa al bebé, podría “pesarse” metafóricamente la mochila emocional de la madre. Si se detecta mucha culpa, ansiedad o tristeza relacionada con la lactancia, derivar a apoyo psicológico perinatal podría prevenir que evolucione a una depresión mayor. En definitiva, recordar siempre que el binomio es inseparable: la salud del bebé y la de la madre van de la mano. Una madre hundida por la culpa puede tener todas las buenas intenciones del mundo, pero necesitará ayuda para salir adelante. Esa, creo, debería ser la brújula de cualquier actuación en este ámbito.

En conclusión, el sentimiento de culpa en madres relacionado con la lactancia es un fenómeno prevalente y multidimensional.
Las causas incluyen ideales elevados, autoexigencia y mensajes sociales a veces rígidos; los momentos críticos van desde el posparto inmediato hasta el destete, pasando por crisis de lactancia y retorno al trabajo; los agentes externos (profesionales, familia, sociedad) pueden amplificar o aliviar la culpa según sus actitudes; las consecuencias emocionales pueden ser significativas, afectando la salud mental materna; y todas las madres –ya den pecho, biberón o ambos– pueden llegar a sentir culpa, cada una en su contexto. Abordar este tema requiere un enfoque integral y compasivo. Se necesita seguir promoviendo la lactancia materna por sus beneficios, pero cambiando el “cómo”se promueve: desterrando la culpa y el juicio, y sustituyéndolos por información, comprensión y respeto por cada decisión informada de la madre.
En última instancia, el éxito no es que todas las madres amamanten, sino que todas las madres, amamanten o no, se sientan apoyadas y libres de culpa en el amoroso acto de alimentar y cuidar a sus hijos.
Desde aquí, una vez más, defiendo la política de la ternura.
Conflictos de interés
Declaro no presentar, actualmente, ningún conflicto de interés para elaborar este artículo. Los resultados, además de aquí, serán difundidos en el Congreso Fedalma de 2025.
Mi participación en dicho congreso es voluntaria, y no recibo remuneración alguna por participar, más allá del sufragio de gastos de desplazamiento y dietas.
Ninguna compañía me está promocionando actualmente. Nunca he colaborado, hasta la fecha, con ninguna marca de alimentación infantil, hasta donde sé.
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